El fútbol, pasión que une a millones, se tiñó de sangre el 1 de febrero de 2012 en el estadio de Port Said, Egipto, cuando lo que debía ser una fiesta deportiva terminó en una de las mayores tragedias del deporte africano. Aquel día, tras un partido entre los clubes Al Masry y Al Ahly, al menos 74 personas murieron y más de 500 resultaron heridas en un brutal ataque contra los hinchas del Al Ahly.
¿Qué ocurrió realmente?
La violencia estalló tras el pitido final, cuando cientos de hinchas de Al Masry invadieron el campo y atacaron a los seguidores del equipo visitante, Al Ahly, con cuchillos, piedras y palos. Las imágenes fueron desgarradoras: los aficionados intentaron huir, pero muchas de las puertas del estadio estaban cerradas con candado, lo que provocó una avalancha humana en los túneles de salida. Muchos murieron aplastados o asfixiados.

Un contexto que va más allá del deporte
La masacre no fue simplemente un hecho aislado de violencia entre ultras. Diversas investigaciones y testimonios apuntan a una negligencia —o incluso complicidad— por parte de la policía y las autoridades de seguridad del estadio, quienes no actuaron para frenar los ataques y permitieron que se descontrolara la situación.
Algunos analistas vinculan los hechos con una represalia contra los ultras del Al Ahly, conocidos como Ultras Ahlawy, quienes habían sido muy activos durante la Revolución egipcia de 2011. Su papel en las protestas contra el régimen de Hosni Mubarak los convirtió en blanco de sectores represivos del Estado.
Las consecuencias
La tragedia provocó un profundo luto nacional y una ola de protestas en todo Egipto. El campeonato de fútbol fue suspendido por varios meses, y el club Al Ahly se retiró temporalmente de las competiciones nacionales.
En años posteriores, hubo juicios y condenas contra varios responsables, incluidos policías, funcionarios y aficionados del Al Masry. Sin embargo, muchas familias de las víctimas aún sienten que la justicia plena nunca llegó.
Un recuerdo imborrable
Cada año, los hinchas del Al Ahly conmemoran a sus muertos con homenajes, cantos y velas encendidas en las gradas. Para ellos y para gran parte del país, la masacre de Port Said no solo fue una tragedia futbolística, sino también un símbolo del caos, la represión y la impunidad que marcaron una etapa crítica en la historia moderna de Egipto.
Que no se olviden
El recuerdo de los 74 fallecidos sigue vivo. El fútbol puede ser pasión, identidad y fuerza colectiva, pero también debe ser un espacio de seguridad y respeto. Que esta tragedia nunca se repita, ni en Egipto ni en ningún rincón del mundo.