<h2>Los cables vivos: qué carajo es Geobacter?</h2>

Los cables vivos: qué carajo es Geobacter?

Imaginá una bacteria del barro que, en vez de limitarse a vivir su vida microbiana comiendo y reproduciéndose como cualquier pariente raro en la familia, decide convertirse en un cable eléctrico. Esa es más o menos la especialidad de Geobacter, un género de bacterias descubiertas hace unas décadas por el investigador Derek Lovley. No es ciencia ficción: en sedimentos anóxicos estas bacterias «respiran» metales como el hierro y el uranio pasando electrones a través de lo que vendrían a ser sus propios tendones y redes sociales microbianas. Sí, respiran piedra. No preguntes mucho.

Cómo conducen electricidad sin enchufes ni proveedor

La parte técnica, explicada como si estuviéramos en el asado y no en una tesis: Geobacter fabrica unas pilas proteicas, conocidas como pili o «nanohilos», que funcionan como cables diminutos. Con esos nanohilos las bacterias transfieren electrones hacia y desde minerales, formando redes conductoras dentro de su biopelícula. Es como si hicieran un tendido eléctrico comunitario en el barro, con la diferencia de que no facturan la electricidad y además son autogestionadas. Estudios han mostrado que esos nanohilos permiten transportar electrones a distancias sorprendentemente largas para una célula —lo suficiente como para conectar a otra bacteria con un trozo de óxido de hierro a centímetros de distancia—, creando una economía eléctrica subterránea.

Lo que los humanos ya hicieron (y lo que nos gustaría creer que haremos)

Los ocupados humanos, con su costumbre de aprovechar todo, intentaron poner a Geobacter a trabajar. En el sitio Old Rifle en Colorado, por ejemplo, investigadores estimularon el crecimiento de estas bacterias para que confundieran uranio soluble con algo delicioso y lo redujeran a una forma menos móvil: una estrategia de biorremediación que, sorpresa, funcionó bastante bien. Por otro lado, en el laboratorio y en prototipos de celdas microbianas (microbial fuel cells), estas bacterias han ayudado a encender LEDs y a sostener sensores ambientales con la energía que extraen del lodo. No vas a cargar tu teléfono con esto mañana, pero imaginar un mañana donde los sensores de un humedal funcionen gracias a un millón de bacterias es menos loco de lo que suena.

Implicaciones raras y un poco lindas (o terroríficas)

Que existan organismos capaces de formar «cables vivos» abre un abanico de posibilidades creativas y ligeramente apocalípticas. Por un lado, pienso en materiales biológicos autorreparables: ¿un cable que se recubre solo de bacterias cuando se rompe y vuelve a funcionar? Por otro lado, hay algo profundamente perturbador en la idea de una red eléctrica que no necesita a las compañías energéticas, solo lodo y paciencia. Además, el hecho de que Geobacter pueda ayudar a fijar metales pesados tiene un toque heroico, como un superhéroe pútrido que limpia el desastre que nosotros mismos causamos. Ah, y no olvidemos la poesía: existe una comunidad microscópica que comparte electrones como quien comparte el último choripán.

Si querés un ejemplo concreto para tirar en la próxima cena y quedar como inteligente sin estudiar: nombrá a Derek Lovley y el experimento de Old Rifle (Colorado), y después soltá un «¿te imaginás un bosque eléctrico?» y observa las caras. También podés hablar de pilas microbianas que mantienen LEDs y sensores; suena técnico, pero es básicamente «luz hecha con barro y bacterias», y todo el mundo entiende del barro.

En resumen: no subestimemos a los microbios, que mientras nosotros discutimos quién trae la cerveza, ellos están montando redes eléctricas y limpiando metales pesados. Y encima no piden propina.

Si alguna vez ves un cable cubierto de lodo moviéndose como si tuviera vida propia, tranquilo —probablemente solo es Geobacter reclamando su sueldo en aceitunas.

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